El capote (1842) de Nikolai Gógol, por el Credo Theatre
MIRANDO AL
PASADO BUSCANDO UN FUTURO… (III)
La enfermedad avanzaba, y yo cada vez estaba más enfermo
y cada vez era menos persona individual. Estaba claro, yo formaba parte de una
familia. Mis deseos (o necesidades) les afectaban (alguno puede decir que les
esclavizaban), y sus acciones formaban parte de mi existencia, sin posibilidad
de tomar distancia ni de decidir. Tenía más de 25 años, y mi papá me levantaba
a las 6 horas; me aseaba, me ponía en el water y me llevaba con él a
trabajar.
Al mediodía volvía a casa, y con que
mi mamá también trabajaba, allí me esperaba la abuelita («tengo un nieto
listísimo, la pena es que…»). Con más de setenta años, me
ayudaba a subir a casa, por el parking, y con una silla de escritorio, ya que
el ascensor no permitía la
eléctrica. Cuando compramos/ compraron la vivienda nadie les
indicó, y ellos no lo supieron ver, que el rellano del piso no era accesible
para una persona que en el futuro iría en silla (claro que a lo mejor ellos
también estaban limitados por la carga económica).
Por la tarde-noche, según lo cansado
que estuviese, mi abuela o mi mamá me metían en la cama. Y por la noche cambios
posturales, más o menos cada dos
horitas, que se los combinaban papá y mamá. Y ustedes dirán ¡qué hombre más
afortunado, todos a su disposición…!
Y yo me
pregunto: ¿TODA PERSONA DESEA QUE ESTEN TAN ENCIMA DE ÉL? Mi horario no era mi
horario; era el de mi familia. Y además, de vez en cuando, surgía
incompatibilidad en los intereses.
— Papá tengo ganas de… cagar
—
¿Otra vez?
—
Mamá, dame agua
—
Eres muy exigente. ¿No te puedes esperar?
—
Hoy llegaré un poco tarde.
—
¿A qué hora?
—
A las 12h.
—
Piensa que mañana hay que trabajar”.
Y
yo, me retraso un poquito, es la una… Y ya me imagino a mi padre, en pijama,
bajando al parking, con cara de pocos amigos, y con muy pocas ganas de hablar.
—
¡Qué poca consideración tienes!
Yo era lo que mi
familia dejaba que fuese. Yo no era nadie por mí mismo. Era un DISCAPACITADO. Esto es lo que había, y
tenía que aceptarlo… o llorar. NO HABÍA OTRA REALIDAD.
José Conrado Gargamonte
Miembro de la Oficina
de Vida Independiente,
miembro del Foro de Vida
Independiente y Divertad
de Vida Independiente,
miembro del Foro de Vida
Independiente y Divertad
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