MI PEREGRINAR POR LAS
RESIDENCIAS
Trabajar para los demás
para mí ha sido parte de mi quehacer. Lo he hecho como algo natural a mi forma
de ser.
He tenido amigos que
cuando lo que hacía me servía a mi mismo, egoístamente, me han advertido de que
lo que hacía podía engordar mi ego pero no servia para el bien de los demás.
Cuando me veía inflar mis sentimientos pensando
«qué bueno soy» estos amigos míos me han puesto en el
conocimiento de la verdad.
Qué razón tenía Sócrates:
«conócete y conocerás al
otro».
Esto viene a mi memoria por el peregrinar que he
tenido por tres residencias distintas. En las tres he pasado mi calvario pero
de distinta forma.
La primera fue en
Ecuador, regida por las Hermanitas de los ancianos desamparados. Desde luego
doy gracias a la Embajada Española por sus gestiones y a las hermanas por su
acogida: en estos países, para los que no tienen dinero, no hay nada sino es
por estas congregaciones. Solo me cuestionaba su forma de ver al hombre: lo
importante es no pecar y salvarse lo ponían muy difícil.
La segunda ya era en
España, en la ciudad de la Bañeza (Mensajeros de la Paz). Tenía buenas
instalaciones, muy masificada y el trato variaba según los residentes y los
cuidadores. Donde más me resentía era en las comidas y los servicios: si te
quejabas te decían si no estás contento cambia de residencia.
La tercera es para
llorar. No solo es mas cara, tiene las peores instalaciones no adaptadas para
los discapacitados, unos espacios pequeños que no se ajustan a la ley y un
régimen interno perverso… y todo esto
aprobado por la Generalidad, que en principio es la que debería velar por los
discapacitados.
Ir a una residencia es
el último lugar donde uno quiere pasar los últimos días. Uno pierde su
privacidad, su autonomía, su libertad,
cuando lo que esperamos es tener un poco de privacidad y tranquilidad y que te
traten con respeto.
Pero, en realidad, te convierte en un instrumento que das dinero
y, si eres asistido, entonces molestas más de la cuenta y encima tienes que dar parte de tu pensión por
darles trabajo.
Dejas de ser persona a
ser un elemento que vas a soportar una economía que permitirá que aguanten
algunas deficiencias y manías seculares.
Casi todas las plazas
son concertadas, ya que las tasas son
—según los servicios o criterios de la empresa—
imposible para los bolsillos de la mayoría de ancianos y discapacitados.
En la residencia de
Ecuador no pagaba nada. En la de León, el Inmerso pagaba 750 euros por mi
plaza. Solicite ir a Cataluña y la
Generalidad paga por mi 2.300 euros/plaza.
Si antes no podía, ahora mucho menos: no hay quien pueda pagar esa cantidad.
Si ese dinero me lo
diesen, podría ir a un piso, pagar el alquiler, tener una persona que me
ayudara a hacer la limpieza y comer y al Gobierno autonómico le saldría más
barato.
¿Por qué no lo hace?
Habitación de una residencia de Barcelona
Baño y pasillo de una residencia de Barcelona
Jesús Córdoba García
Humillados y ofendidos,
residentes
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