Algunas residencias privadas están bajo la sombra de la Iglesia, pero solo
con el nombre. No hay que buscar en ellas el espíritu al que aparentan estar
asociadas. Lo que hacen es engañar a la Iglesia, a la sociedad y al Estado pero los más perjudicados
son los residentes: todos ellos confían en el patrocinio de la iglesia, pero
ese patrocinio no se ve por parte alguna.
En vez de adoptar valores y creencias cristianas, de amor al prójimo y de
ayuda a sus semejantes, sin espera de ningún tipo de retribución ni
agradecimiento, vemos todo lo contrario. Mirad a las juntas directivas: ¿qué
hay de cristiano en ellas? Nada. Cierto es que su trabajo no se presta mucho a
pensar… pero quizá, por ello, son las tareas que más necesitan un reposo para
pensar y examinar lo que se está haciendo.
En vez de un examen autocrítico, les vemos crecerse en sus cargos. Se hacen
autosuficientes, se exaltan y se
glorifican, poniendo a los demás por
debajo de ellos. Quienes sufren esta interiorización son los residentes. Los
que son la razón de ser de las
residencias, se convierten en poco menos que la excusa para que los de arriba
puedan enarbolar su orgullo y su pequeña parcela de poder sobre los demás (que
son, como es de temer, los pobres
residentes).
Este espíritu fariseo es real, y contrario a las enseñanzas del
cristianismo. Se autoalimenta constantemente y siempre está buscando una
abertura para penetrar en nuestro corazón. Desafortunadamente una vez que nos
seduce los primeros efectos son la ceguera
espiritual. Pensamos que estamos siendo santos cuando en realidad apestamos
de autosuficiencia, legalismo y de hipocresía.
Cuando nos encontramos impregnados de este espíritu, escogemos y elegimos
leyes religiosas de varios lugares para hacerlas caber en nuestra propia forma
de vida. Escogemos lo que caben en nuestra «zona de comodidad». Torcemos las leyes y las ensamblamos para que puedan caber en nuestros
propios estándares, que no son quizá los de la iglesia.
El fariseísmo judío era experto en torcer la ley mosaica en su favor y en
contra de otros, especialmente contra los pobres, las mujeres, los enfermos y
los gentiles. Jesús condenó este comportamiento más que ningún otro. Uno no
tiene que ser adherente a la ley mosaica o a algunas parte de esta para jugar al hipócrita. Uno puede alzarse a
grandes alturas en las denominaciones, caminando sobre la gente, pero esto
tiene un «costo espiritual» enorme.
Si nos hacemos codiciosos y críticos no gozaremos del amor de Dios, la paz
que sobrepasa todo entendimiento y la alegría que produce el Espíritu Santo
viene a nosotros cuando somos humildes. Quizás podamos lograr altas posiciones
en este mundo, ganar mucho dinero, fama y cosas materiales, pero nuestro ser
interno se convertirá en un infierno vivo que se derramará encima en la vida de
muchas personas para extraviarlas y llevarlas a un abismo.
La oscuridad en el cristianismo tradicional (siendo más de treinta mil
diferentes denominaciones cristianas existentes actualmente) me convence que
millones de cristianos han «sido infectados por este espíritu
fariseo».
Estas
tradiciones cristianas hacen las mismas cosas a los cristianos modernos que
hicieron a los judíos hace 2000 años.
Estos fariseos están hoy en día tanto en el rebaño católico, evangélico
y ortodoxo. Muchos líderes cristianos hacen la supuesta obra de Dios sin
importar a quién pisotean, hasta el punto de anular a las personas por la obra
que supuestamente sirve al señor. Sé que esto suena contradictorio, pero yo se de
lo que hablo por experiencia, lo he vivido en 55 años de ser católico.
Contra
el fariseísmo y la soberbia, habríamos de leer a Pablo –y pensar en ello—,
cuando decía «aunque
entregara todos mis bienes para alimentar a los pobres, si no tengo piedad,
nada me aprovechará».
Muy buena critica social. porfavor no deje de escribir
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