La visión que nos suelen dar de la persona con diversidad funcional es la
de un ser susceptible de cuidados,
con el mal humor y la tristeza que predominan en su ambiente. Parece que la
vida de las personas con diversidad funcional ha de ser una vida habitada por
la depresión y el sufrimiento, visible en una alegría artificial y estéril,
llena de chistes fáciles o de juguetes caros (coches de ruedas eléctricos,
etcétera) que alivian, en apariencia, su pesar. Pero estamos equivocados al
pensar así. Esta es una forma preconcebida –y, por ello, totalmente equivocada—
de contemplar a los diversos funcionales.
El problema es que esa visión por alto cómo somos realmente en la vida
cotidiana. La vida de los diversos funcionales es difícil, pero tiene toda la
pluralidad y riqueza de las vidas de todos los seres humanos.
Cuando pienso en mi identidad no me identifico con los tópicos ni con las
frases hechas. La vida es más interesante y variada. Yo estoy muy contento de
ser una persona que puedo aportar algo de mí. Saber eso es un auténtico placer.
Para mí es un gozo porque veo a la persona y sé que soy útil. Por ejemplo, el
hecho de que alguien te haga sentirte vivo. Entonces me recuerda otras cosas
completamente diferentes: me recuerda las muchas cosas muertas que tenía
alrededor.
La vida se asemeja más a esto: cosas vivas que me ayudan a vivir, y cosas
muertas que me acongojan, me deprimen y me entristecen. A veces, solo a veces,
surge una gran amistad, un amor imprevisible
o simplemente el aprecio entre personas discapacitadas, pero esto no es óbice
para que nos conviertan en candidatos a vivir apartados de la gente considerada
normal.
No queremos que nos invaliden nuestra relación con el mundo; no queremos
que conciban nuestra mundo de relaciones exclusivamente con otros diversos
funcionales; y sobre todo, no queremos que nos asignen cuidadores que, a veces,
parecen más discapacitados –mentalmente y humanamente— que uno mismo. Es una
falta a nuestra dignidad el encerrarnos en compartimentos estancos.
Hay algo en lo que debemos reflexionar: es un error limitar mi vida
solamente a vivir con otros discapacitados, o con gente que te vive sólo
como un discapacitado. Esto en vez de hacerme crecer, me resta vitalidad. Y, la
verdad, la vitalidad es lo que más necesito.
Lo más curioso es que los discapacitados deben estar unidos para poder
defender, para llegar a ser como todos.
Hace unos pocos meses, pensaba que había una causa para luchar, y era a favor
de que no nos traten como inferiores, una lucha para que dejen de considerarnos
unos simples minusválidos.
Ahora pienso que la causa no es otra que la dignidad, porque no hay ningún
ideal que no sea un ideal humano. Tal vez, hasta ahora, he sido bastante
conformista: quería que los discapacitados vivieran resignados en su
minusvalía. Ahí está mi error. Sencillamente ahora sé que el hecho de padecer
una discapacidad, no hace ni mejor ni peor a nadie. La sociedad debe esforzarse
por integrar a las personas con discapacidad funcional tanto como ahora se
esfuerza por desintegrarlo.
Sí, soy un discapacitado, el portador de una diversidad funcional. No pasa
nada: hay cosas mucho peores. También sé que se puede vivir normalmente de este
modo.
Tengo discapacidad para hacer ciertas cosas, pero también tengo otras
capacidades para luchar como los demás. Estas capacidades las necesito mucho
más, pero a veces se me encogen ante la dureza del trato que recibimos en las
residencias y la sociedad. Contra toda esa dureza, reivindico estas capacidades.
La diversidad funcional que tengo me hace mucho más sensible con los demás.
A las personas con diversidad funcional que lean esto, me atrevería a
decirles: hermano, sé tú mismo, olvida las miradas criminalización de la gente.
Pon de ti mismo para entender a los demás, pero lucha también: no te dejes
integrar pasivamente, sino participa de verdad.
Respeta, en primer lugar, tu deseo: que no te diga nadie lo que debes
desear, déjate espacio para ti mismo.
¡Rompe los espejos que no nos reflejan! Deja de ser un mancillado por tu
diversidad: resiste. Y resistiendo juntos, ganaremos.
Humillados y ofendidos,
residentes de AFAP
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